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LA TÉCNICA DE LA TORTUGA

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¡Esta técnica es una buena forma de controlar los impulsos y mejorar la actitud de niños que reaccionan en forma violenta!

Como padre, seguro que te has enfrentado a situaciones donde tu hijo ha reaccionado “sin pensar”, dejándose llevar por sus emociones. Las rabietas o las conductas impulsivas, como pegar o llorar cuando quiere algo, son un ejemplo de este tipo de reacciones. Es normal que los niños más pequeños aún no tengan el autocontrol suficiente para gestionar adecuadamente sus emociones y pensar las cosas antes de hacerlas. Por eso, la educación que les brindan sus padres es fundamental para que los menores vayan aprendiendo cuál es la mejor forma de actuar en cada situación que se les presente. Existen diferentes herramientas y métodos para que los niños traten de evitar aquellos comportamientos más impulsivos, aunque hay uno en concreto que los psicólogos recomiendan muchísimo: La Técnica de la Tortuga.

Se trata de un ejercicio que algunos expertos presentan como un juego didáctico en el que el único requisito que los padres necesitan para que funcione es retener en la memoria un curioso cuento. Esta es la historia que deberás relatar a tu hijo:

“Había una vez una pequeña tortuga que tenía 5 años y se llamaba Petra. Aunque en el fondo era un animalito bueno y cariñoso, muchas veces se portaba muy pero que muy mal. No le gustaba ir a la escuela porque prefería quedarse en casa en compañía de sus padres y hermanito. En la clase, no prestaba atención a lo que le enseñaban y le daba igual salir de la escuela sin haber aprendido nada, ¡qué pereza le daba pensar en las matemáticas! Y de las tareas ni se acordaba…Toda su familia y amigos estaban muy disgustados con Petra, ¿es que no cambiaría nunca?

Para colmo, continuamente se metía en problemas. Se enfadaba enseguida con cualquier persona y de cualquier cosa. Si alguien le empujaba sin querer en el recreo o si la maestra le reñía, se alteraba muchísimo.

¡Vaya genio que se cargaba Petra!, Ah, pero eso sí, hay que reconocer que ella se sentía fatal en el fondo de su ser, porque no sabía cómo controlar su ira que le hacía tener estos comportamientos tan violentos…

Un buen día, estando nuestra Petra tristona después de haber causado una pelea, se encontró con una tortuga muy anciana que había vivido ya mucho, ¡tendría 200 años por lo menos!, lo cual le daba mucha experiencia.  Cuando la sabia tortuga la vio tan afligida, no dudó en aconsejarle:

La solución está en ti misma, en tu caparazón. Cada vez que te sientas llena de rabia y no sepas cómo controlarte, escóndete en él y cuenta despacito hasta 10 en silencio mientras respiras muy profundamente. Durante este tiempo, pregúntate cómo y por qué te sientes así, para luego tratar de encontrar una solución que llevarás a cabo una vez que salgas del caparazón. Verás que te sentirás mucho mejor y más calmada-.

Petra entonces decidió poner en práctica las palabras de la longeva tortuga y… ¡descubrió que funcionaba! Desde ese día, cada vez que la regañaban o las cosas no le salían como quería, contaba hasta 10, reflexionaba y se tranquilizaba, evitando así reaccionar de una mala manera.

La pequeña tortuga aprobó a final de cur so todas las asignaturas, hizo muchos amigos y la profesora quedó contentísima con ella. ¡Jamás se la volvió a ver violenta en la escuela y aprendió una valiosa lección!”

Si bien, esta historia es en realidad un cuento infantil, pero que los padres bien pueden utilizar cuando tengan algún hijo pequeño (pero ya en edad para entender) que éste sea impulsivo, peleonero o violento, ya que, al contarle la historia al chico, este se puede sentir identificado con la pequeña tortuga. Además, ésta servirá para refrescarle la situación que vivía la tortuga y que la hacía infeliz y desgraciada.

Si se logra que los pequeños aprendan esto, además de poder tener un mayor autocontrol, ellos se benefician de muchas otras maneras con la técnica de la tortuga:

Buscan sus propias emociones. De esta manera, reconocen sus límites, aquello que los hace explotar y los ayuda a evaluar sus consecuencias.

Buscan una solución al problema para poner en práctica y que les permita calmarse y reaccionar de una manera diferente.

Experimentan sentimientos más maduros, pues son ellos mismos quienes regulan sus emociones y se autocontrolan. Nadie lo hace por ellos.

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