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La princesa y el Campesino

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Existen muchos cuentos infantiles hermosos y que son  clásicos, pero además, por mucho que se cuenten, no dejan de gustar a grandes  y chiquitines.  Y en este mundo de ilusión y fantasía todo es posible, y en esta ocasión el cuento que volvemos compartir con ustedes es el de….

 Había una vez, un hermoso reino gobernado por dos reyes muy buenos llamados Rafael de Málaga y su preciosa esposa Isabel de Málaga. Deseaban tanto tener una hija, pero por más que lo intentaban no se les cumplía el deseo.

   Pero cierto día, ¡sorpresa!, la reina le contó a su marido que estaba embarazada, el médico le dijo que esperaban una niña. El marido, feliz, ordenó invitar a todo el mundo a una gran fiesta para celebrar la estupenda noticia.

  Lamentablemente la niña nació antes de lo que esperaban, nació muy débil, pero cuando todos pensaban que no habría esperanzas para ella, aparecieron tres hadas mágicas. El hada de la felicidad, el hada de la fuerza y el hada del amor. Las hadas se acercaron al rey Rafael y le dijeron que le concederían tres dones a su hija. El hada de la felicidad, le concedió el don de hacer felices a quienes la rodeaban. El hada de la fuerza, le concedió el don de tener fuerza ante la adversidad, que en ese momento  lo necesitaba para sobrevivir. El hada del amor, le concedió el don de ser capaz de amar a una persona con todo su corazón.

   La niña logró sobrevivir y sus padres la llamaron Ana, pues Ana significaba “la de la gracia” y, según decían los sabios del reino, sería una persona buena, cariñosa y sensible. Y así fue, la niña era muy buena y hacía felices a todos los que la rodeaban, pues ella tenía el don de hacerlo. Desde antes de nacer los padres de Ana la comprometieron con el príncipe de Jaén, pues Rafael ansiaba poder unir los dos reinos, y esa era la única forma.

  Los años fueron pasando, y nuestra querida y preciosa Ana ya era toda una mujer de diecinueve años. Se había convertido en una mujer inmensamente bonita y todos los príncipes de los reinos próximos soñaban con poder casarse con ella. Un precioso día de verano, Ana salió al bosque en su hermoso caballo blanco a conseguir fresas, de repente apareció un muchacho, al parecer un campesino, con aspecto pordiosero, la verdad no muy guapo, pero tenía aspecto de ser muy feliz. El muchacho quedó impresionado con la princesa, supo al instante que se había enamorado de la joven del caballo.

  La princesa se acercó al joven y le preguntó que por qué estaba tan feliz, el muchacho casi sin poder articular palabra, pues aún no había logrado salir del embrujo de sus ojos, le contestó: usted mi señora, usted es la que me hace feliz, ha sido verla y saber lo que es la felicidad plena. La princesa, se quedó un poco confusa, sin saber muy bien qué decir; se bajó del caballo y se acercó al muchacho, y mirándole a los ojos le preguntó que cuál era su nombre. El muchacho, avergonzado por no haberse presentado antes, hizo una reverencia y le dijo que se llamaba Javi y que era un campesino que trabajaba cultivando el campo. Los dos jóvenes estuvieron toda la tarde paseando y conversando, él la hacía reír y ella lo hacía sonrojarse cada vez que sus ojos se juntaban.

   Cuando cayó la noche ella tuvo que irse, pues sus padres la esperaban en el palacio para darle una noticia muy importante. Al llegar al palacio, encontró que sus padres estaban reunidos en el salón principal esperándola, con un muchacho muy guapo. Ella se acercó y preguntó que cuál era esa noticia que tenían que darle. Sus padres le dijeron que desde el momento que supieron que ella iba a venir al mundo, estaba comprometida con el príncipe Andrés de Jaén, que era el muchacho guapo que estaba a su lado. Ella y el príncipe se fueron al patio para poder conocerse, al instante la princesa se dio cuenta de que el príncipe era un presumido y un arrogante, y ella no quería casarse con él por nada del mundo.

   Durante el siguiente año, mientras todos preparaban la boda de los príncipes, la princesa Ana seguía visitando el bosque para conversar con su amigo Javi el campesino. Ella le contaba que no quería casarse con el príncipe Andrés, porque era un chico muy presumido y no podría amarle nunca.

   El día de la boda, la princesa se despertó muy triste, porque no quería casarse. Sus amas de llave la ayudaron a vestirse, ellas también estaban tristes, pues sabían que la princesa no amaba al príncipe.

    En el momento de la boda, mientras el cura los estaba casando, apareció por la puerta un joven campesino gritando que detuvieran la boda, diciendo que no podían casarse porque él amaba a la princesa y aunque no sabía si ella le correspondía sabía que ella no amaba al príncipe y él quería que ella fuera feliz y se casara con el hombre que ella quisiera.

    La madre del príncipe Jaén, que en realidad era una malvada hechicera, al ver que los padres de Ana no estaban dispuestos a obligarla a casarse, se convirtió en dragón y fue directo hacia el campesino para matarlo por su traición. El campesino, con mucho valor enfrentó a la malvada hechicera, cabalgando en su caballo fue hacia ella desenvainando su espada. Fue una labor difícil, pero el valiente campesino, con una fuerza mayor a la magia, el amor que sentía por la princesa, logró la suficiente fuerza para derrotar a la malvada hechicera.

      Al final, la princesa y el campesino se casaron, y todos los días se iban a cabalgar al bosque. Fue tan fuerte el amor que se tenían los dos jóvenes, que venció cualquier dificultad… y vivieron felices por siempre.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!

 

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