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Los hombres también lloran

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Tosco, pero tierno, fuerte, pero suave ¿quién no ha escuchado decir estos adjetivos en boca de una mujer idealizando al hombre ideal?… No es perfección, claro pero es un paso hacia la integridad.

Tosco, pero tierno, fuerte, pero suave ¿quién no ha escuchado decir estos adjetivos en boca de una mujer idealizando al hombre ideal?… No es perfección, claro pero es un paso hacia la integridad.
 Un hombre que se permite a sí mismo descansar de los roles exigidos y atreverse a bucear en otros, es un hombre que tendrá mejores herramientas para enfrentar los cambios. Un hombre que decide que la educación de sus hijos no es simplemente el relato que la madre haga de ello, o el ejercicio de la autoridad indiscutible, es un hombre que tendrá el beneficio de la confianza y no del temor de sus hijos.
 Descubrir la ternura sin pudores, aprender a jugar, parecen razones para mujeres, pero pueden transformarse en un desafío para hombres educados en una tradición competitiva. 
 Los hombres de ahora ya no son los de antes. Igual que las mujeres, los hombres han ido cambiando al ritmo que les impuso la vida y sus urgencias, los cambios culturales, sociales, un mundo menos ancho.
 En la medida en que el mercado abría sus puertas a la participación de la mujer, lo que solía pensarse como “propio” de cada género, se fue desdibujando. Ya no encontramos sólo a la mujer en la cocina criando niños; la hallamos en la oficina en una reunión, mientras en la cocina un hombre disfruta con su hijo de la cena.
 El hombre de antes aparece ligado a la formalidad, a la seriedad, a la fortaleza sin suavidades. A él no se le permitía llorar, ni flaquear.
 El hombre de antes amaba con la misma intensidad, pero de otra manera. Básicamente debía ser un hombre proveedor: asegurarse que no faltara nada. Al mundo de los sentimientos lo envolvía una atmósfera casi femenina.
 Deportes rudos, competencia, no permitirse la debilidad, ganar. No ha cambiado, es cierto. No se ha tornado un hombre femenino. Ha ganado: se ha tornado un hombre flexible.
Llorar es cosa de mujeres
 Llorar es cosa de mujeres, -se decía en antaño- al igual que cocinar, limpiar la casa, cuidar los niños. Pero las “divisiones” no atañen exclusivamente a la división de actividades. Nuestra cultura está organizada en torno a definiciones de lo masculino y lo femenino. Las palabras de fuerte connotación: poder, dinero, trabajo, deporte, ganar; tienen un peso masculino. Son, de hecho, palabras de género masculino: el poder, el dinero, etc. En cambio aquellas palabras que nos introducen en un universo suave, tierno, son palabras que asociamos a lo femenino: ternura, compasión, suavidad, caricia. No ignoramos que a la hora de definir roles y funciones, estas “reglas” invisibles presentes en nuestra cultura idiomática tienen peso. Son producto de lo que, en cuanto a sociedad, hemos ido depositando en cada uno de los géneros, favoreciendo una oposición que los tornaba incompatibles. Los hombres fueron enseñados a ser fuertes, a formarse para mantener el hogar. Y hoy día, se encuentran con que estos principios que organizaron el mundo masculino durante siglos, ya no son exclusivos de él. Las mujeres se vieron compelidas a ser fuertes, a mantener el hogar, a pelear como un hombre en el terreno laboral. Y algunas lo disfrutan y lo integran.
 Los hombres están haciendo lo mismo. Se están despojando del prejuicio de lo femenino ligado a determinadas actividades y pudiendo encontrar un espacio, fuente de placer y afecto, hasta entonces vedado para ellos.
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