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La tragedia de El Titanic

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“Ni Dios mismo podría hundir este barco”, se jactó un tripulante; sin embargo, bastó un iceberg para que se fuera a pique, cinco días después de zarpar

 
 A un siglo de la  tragedia del Titanic, el lujoso trasatlántico, hipotéticamente se puede decir que aún se escuchan los  lamentos de cientos de tripulantes que dejaron sus vidas  aquél fatídico día. 
   El 10 de abril de 1912, ante la expectación de miles de personas alrededor del mundo, el gigantesco barco zarpó rumbo a New York desde Southampton, Inglaterra, con 891 tripulantes y l316 pasajeros. Algunos de éstos eran muy ricos; unos 700 eran inmigrantes que viajaban en tercera clase. Todos confiaban en que el viaje por el turbulento Atlántico norte no sería difícil; tal vez por eso, solo sonrieron los pasajeros de primera clase cuando al abordar el Titanic, se escuchó jactarse a un miembro de la tripulación diciendo: “Ni Dios mismo puede hundir este barco”, y no era para menos, ya que aquel opulento barco de 46,000 toneladas y propiedad de la línea naviera White Star, era el más grande del mundo. 
          Advertencias en vano
   Contra la técnica de navegación actual en aguas con hielo, el Titanic surcó las olas a una velocidad de 22 nudos la noche sin luna del 14 de abril. Pero desde las 9:00 de ese frío domingo se habían recibido seis advertencias relativas al hielo, de otros barcos que hacían la misma ruta a Norteamérica, conocida como ruta de Terranova. Pero a pesar de las advertencias, el Titanic siguió sin cambiar su rumbo.
   Los vigías, que ni siquiera tenían binoculares, sabían que en cualquier momento se podrían topar con hielo a partir de las 21:30, pero no avistaron icebergs durante el anochecer. El cielo claro y estrellado sólo revelaba un mar aparentemente quieto y sereno.
  Mientras, apareció un signo inquietante. La temperatura del agua bajó rápidamente de 6°C a poco menos de cero grados en unas cuantas horas, lo que en aguas del norte siempre indica que hay hielo flotante cercano. Pero el Titanic no frenó ni viró hacia el sur para evitar la zona de peligro en la que estaba ingresando.
  A las 23:40, el vigía Frederick Fleet avistó de pronto un objeto más oscuro que las pardas aguas de la medianoche. Se hizo más grande. Dio la voz de alarma tres veces y telefoneó al puente de mando: “¡Iceberg a la vista!” El primer oficial, William Murdoch, ordenó de inmediato al cuarto de máquinas dar marcha atrás, y dijo a su timonel, cabo Robert Hichens: “!Duro a estribor! A más de 22 nudos de velocidad, desplazando unas 66,000 toneladas de agua, el Titanic no podía frenarse en el acto. (Un Nudo equivale a 1852 m/h)
  El capitán Smith habló con el diseñador en jefe de la línea, Thomas Andrews. Tras una rápida inspección de la bodega, se enteraron de que los cinco compartimientos estaban inundados. Al cerciorarse de lo grave del asunto, Andrews estimó que el crucero imposible de hundir estaría a flote “hora y media. Posiblemente dos. Pero no más”.
              Pocos botes salvavidas
  Poco después de la medianoche, pasados unos 25 minutos del aparentemente inofensivo impacto, se ordenó a la tripulación preparar los 16 botes salvavidas y las cuatro balsas de lona. Cuando más, podrían salvar a 178 personas, 1,000 menos del total que ahora se apiñaban en cubierta. Curiosamente, las normas requerían que sólo hubiese botes suficientes para 962 pasajeros, pues los reguladores no se esperaban la construcción de este gigantesco crucero. 
 La situación era caótica, a las 00:45, cuando la primera luz de alarma fue disparada al cielo y el pánico se apoderó de la embarcación. 
 Poco después de la medianoche, el operador del barco de pasajeros Carpathia, medio vacío, decidió llamar al Titanic para consultar algunos mensajes recibidos de Cabo Race. “CQD SOS”, oyó el sorprendido operador. “Vengan pronto. Chocamos con un iceberg.” A más de cuatro horas (o 58 millas náuticas) del lugar, el Carpathia navegó hacia allá a toda máquina. Los maquinistas del barco cerraron, contra las normas, las válvulas de seguridad para que la velocidad normal del buque, 14 nudos, se elevara a 17. Aún así, no llegaría sino hasta dos horas después de que el Titanic se hundiera.
           “¡No pierdan el tiempo!”
   El multimillonario John Jacob Astor rió cuando se ordenó la evacuación. “Estamos más seguros aquí que en un pequeño bote”, un irritado tripulante dijo: “¡No pierdan el tiempo! 
  Los hombres esperaron estoicamente en cubierta mientras mujeres y niños ocupaban los frágiles botes. En la confusión, el primer bote, con capacidad para 65 personas, salió con sólo 28. Otro con capacidad para 40 partió con sólo 12 pasajeros.
  Cuando al parecer ya no quedaban más mujeres o niños, Ismay, que estaba ayudando a otros a escapar del barco, ocupó su lugar en uno de los últimos botes a la 1:40. El director administrativo de la línea White Star sería ridiculizado en la prensa por huir del barco mientras otros quedaron atrás. A las 2:15, cuando las últimas balsas estaban a punto de partir, el Titanic se ladeó y toda maniobra fue entonces imposible. Los olvidados pasajeros de las cabinas de tercera clase, entre los que había muchos niños y mujeres, subieron a cubierta para ver lo que pasaba. Nadie les avisó y muchos aún estaban en las cabinas de abajo mientras el barco se hundía. Quizá quedaron unos 1,600 pasajeros. 
              Más de 1,500 muertos
  Cientos de personas se reunieron en la popa mientras ésta se alzaba. A las 2:18 el Titanic estaba parado sobre la proa, hundiéndose casi verticalmente. Luego, con un horrendo estrépito, una chimenea se derrumbó, las famosas cámaras herméticas hicieron implosión y todo lo que se encontraba en cubierta, pasajeros, tripulantes y equipo, cayó a las aguas, que estaban a cuatro grados bajo cero. Un sobreviviente rememoraría más tarde “la agonía de gritos de muerte que provenían de mil gargantas, los gemidos de los que sufrían, los alaridos de los aterrorizados y los horribles jadeos de los que estaban a punto de ahogarse”. Increíblemente, maquinistas que nadaban cerca de ahí se quemaron cuando las explosiones hicieron hervir las gélidas aguas. 
   El 15 de abril, dos balsas desarmables y 15 botes salvavidas estaban dispersas entre los icebergs de las gélidas aguas del Atlántico. Casi congelados, exhaustos y conmocionados, los sobrevivientes fueron la frágil prueba de la existencia del Titanic, que tan dramáticamente se había hundido en la noche. En una gran superficie, cientos de cuerpos casi irreconocibles flotaban boca arriba. Un observador los describió como una parvada de gaviotas flotando entre las olas. Había muchas mujeres que en la muerte aferraban a sus bebés. El primer barco “a prueba de hundimientos” desapareció horas después de chocar con el ancestral enemigo de los marinos incautos: el implacable iceberg.
  Unas 705 personas, menos de un tercio del pasaje y la tripulación, sobrevivieron al naufragio. Esta cifra incluyó 338 hombres, un 20 por ciento del total, y 316 mujeres, un 74 por ciento del total. El resto eran niños. Entre los muchos que perdieron la vida estaban el capitán Smith y el operador de radio Jack Phillips.
 El Titanic, el mayor barco del mundo nunca se imaginó que al zarpar aquel 10 de abril de 1912, nunca volvería a ver tierra, su trágica travesía será recordado por siempre… Y Créalo o No, Así Fue!
 
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